El color es la principal asignatura pendiente en el diseño actual. En la herencia del movimiento moderno, divulgado en blanco y negro desde sus orígenes y retroalimentado a través del filtro de la imagen monocromática, ésta es una de las pocas secuelas perjudiciales. Los diseñadores que en los 70 cargaron sus paletas con el arco iris de la Kodak Fiesta y la nueva TV sucumben al peso de la mediocridad del mercantilismo (también conocido como el "lo-quiero-para-ayer"). El esplendor de los Beatles no fue suficiente a pesar de haber logrado, entre tantas otras proezas, que su imagen resultara indemne al tránsito desde With The Beatles hacia Sgt. Pepper's, puesto que ellos mismos, sus propios y geniales diseñadores, piezas fundamentales del éxito, hicieron marcha atrás al año siguiente. Hoy, en los Colegios de Arquitectos se matriculan los tímidos alumnos de enormes artistas del purismo (no seré yo quien discuta a Siza; no se me ocurriría), que ante el papel en blanco o la pantalla en negro no parecen capaces de imaginar colores que no sean los de la vegetación en un día lluvioso. Conozco personalmente sólo dos o tres arquitectos que piensan en colores, y les pesa frente a todos los jurados (¿conoces el color ayuntamiento? Es igual al color diputación): cuando ganan un concurso es a pesar de los colores y sólo porque son genios. Pero no somos sólo los arquitectos las víctimas, el complejo nos alcanza a todos, todos aún nos vestimos con el cuello inglés almidonado que nos cubre el pubis por debajo del Sahara.
El mueble es de Leif. design park vía La faz de lo innumerable.
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